sábado, 4 de agosto de 2012

Viveza no es inteligencia
por Sergio Sinay
Clifford Irving tiene 78 años. En 1971 era un escritor mediocre que quería dinero. Imitaba muy bien la voz y la letra de Howard Hughes, el multimillonario paranoico que, vivía sus últimos años en Las Vegas completamente recluido, temeroso de las personas y de los gérmenes. A partir de sus habilidades Irving ideó venderle a la editorial McGraw Hill una falsa autobiografía de Hughes, que hizo pasar por verdadera. Antes de que el engaño se descubriera Irving había embolsado 765 mil dólares (de los cuales, supuestamente, 665 mil eran para el millonario, a quien en verdad no conocía). Pagó con 17 meses de cárcel y, desde entonces, y a partir de su novela El fraude, en la que cuenta su “avivada”, lleva la buena vida que ansiaba. Una interesante película dirigida por Lasse Halstrom y protagonizada por Richard Gere (The Hoax) cuenta esta historia.
En una escena del film, Irving (Gere) dice con satisfacción: “Cuanto más sinvergüenza soy, más les gusto”. Había advertido (con su olfato de buscavidas) algo que hoy, en plena explosión de la cultura mediática, parece obvio. Los atajos hacia el éxito económico y social generan más admiración que los esfuerzos silenciosos, comprometidos, perseverantes, riesgosos y responsables por encontrarle un sentido a la vida. El suceso acompaña a los libros, a los gurúes, a los opinadotes que ofrecen respuestas fáciles a preguntas difíciles, con las cuales la humanidad viene confrontando desde siempre: ¿en dónde reside la esencia de cada ser? ¿Para qué vivimos? ¿Cómo aceptar que somos limitados en el tiempo y en el espacio y pese a eso, o gracias a ello, forjar un sentido para nuestra existencia, la de cada uno? ¿Cómo vivir con otros, entre otros, siendo todos diferentes?
Creemos que los “transgresores” eluden esos interrogantes (como evaden las normas de convivencia, los límites necesarios, las necesidades de los otros, la solidaridad, la ética) y los admiramos. Endiosamos a futbolistas que no juegan al fútbol o lo hacen mal (como Beckham) o a los que juegan bien y creen que eso los absuelve de responsabilidades morales y sociales. Nos deslumbran quienes hacen negocios rápidos y turbios o los que encuentran en la política un modo de lucrar; las estrellas y estrellitas que trabajan de “dar notas” o de aparecer en escandaletes promiscuos. Sabemos con qué cantante se casó algún Presidente, pero ignoramos su política y cómo esta afecta al mundo. Hasta los políticos cuelgan fotos de sus “travesuras” en Internet. O la serie televisiva 24 convierte en héroe a Jack Bauer, un psicópata que no reconoce límites morales.
Llamamos “vivos” a quienes exhiben sin pudor su habilidad para evadir compromisos y responsabilidades, solidaridades y cooperaciones y nos sentimos “giles” por tener que dedicarnos a nuestro trabajo, nuestro compromiso, nuestras opciones éticas, sin haber descubierto la fórmula que ellos explotan. Creemos que “vivo” es sinónimo de inteligente. Pero el “vivo” vive en el instante, no deja huella, aprovecha la oportunidad inmediata, mientras el inteligente tiene una perspectiva de vida, ve la totalidad, honra sus recursos, mejora el mundo con sus actos. El vivo cree que lo que brilla es oro. El inteligente sabe que para hallar una pepita de oro auténtico hay que meterse en el barro, esforzarse, trabajar, tamizar, refinar. Un gramo de inteligencia suele dar vidas mucho más ricas que una tonelada de “viveza”. Esto se mide en valores. "Vivimos en un doble discurso. Hay una moral pública relativamente puritana y una realidad que considera impúdicas muchas menos cosas, lo que provoca una gran contradicción entre los valores que dicen defenderse y los que realmente imperan",dice Pere Notó, profesor de psicología social de la Universitat Pompeu Fabra, de Barcelona. Y el sociólogo y educador Juan Antonio Marina, autor de obras valiosas como La inteligencia fracasada, es terminante: “La fama cambió de significado, ya no está relacionada con el mérito. Al dar prestigio a ciertos personajes fomentamos un modelo de comportamiento. Si ensalzamos a los sinvergüenzas, nos van a salir sinvergüenzas hasta de debajo de las piedras”. Y no será culpa de las piedras.

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