Viveza no es inteligencia | ||
por Sergio Sinay | ||
Clifford Irving tiene 78 años. En 1971 era un escritor
mediocre que quería dinero. Imitaba muy bien la voz y la letra de Howard Hughes,
el multimillonario paranoico que, vivía sus últimos años en Las Vegas
completamente recluido, temeroso de las personas y de los gérmenes. A partir de
sus habilidades Irving ideó venderle a la editorial McGraw Hill una falsa
autobiografía de Hughes, que hizo pasar por verdadera. Antes de que el engaño se
descubriera Irving había embolsado 765 mil dólares (de los cuales,
supuestamente, 665 mil eran para el millonario, a quien en verdad no conocía).
Pagó con 17 meses de cárcel y, desde entonces, y a partir de su novela El
fraude, en la que cuenta su “avivada”, lleva la buena vida que ansiaba. Una
interesante película dirigida por Lasse Halstrom y protagonizada por Richard
Gere (The Hoax) cuenta esta historia.
En una escena del film,
Irving (Gere) dice con satisfacción: “Cuanto más sinvergüenza soy, más les
gusto”. Había advertido (con su olfato de buscavidas) algo que hoy, en plena
explosión de la cultura mediática, parece obvio. Los atajos hacia el éxito
económico y social generan más admiración que los esfuerzos silenciosos,
comprometidos, perseverantes, riesgosos y responsables por encontrarle un
sentido a la vida. El suceso acompaña a los libros, a los gurúes, a los
opinadotes que ofrecen respuestas fáciles a preguntas difíciles, con las cuales
la humanidad viene confrontando desde siempre: ¿en dónde reside la esencia de
cada ser? ¿Para qué vivimos? ¿Cómo aceptar que somos limitados en el tiempo y en
el espacio y pese a eso, o gracias a ello, forjar un sentido para nuestra
existencia, la de cada uno? ¿Cómo vivir con otros, entre otros, siendo todos
diferentes?
Creemos que los
“transgresores” eluden esos interrogantes (como evaden las normas de
convivencia, los límites necesarios, las necesidades de los otros, la
solidaridad, la ética) y los admiramos. Endiosamos a futbolistas que no juegan
al fútbol o lo hacen mal (como Beckham) o a los que juegan bien y creen que eso
los absuelve de responsabilidades morales y sociales. Nos deslumbran quienes
hacen negocios rápidos y turbios o los que encuentran en la política un modo de
lucrar; las estrellas y estrellitas que trabajan de “dar notas” o de aparecer en
escandaletes promiscuos. Sabemos con qué cantante se casó algún Presidente, pero
ignoramos su política y cómo esta afecta al mundo. Hasta los políticos cuelgan
fotos de sus “travesuras” en Internet. O la serie televisiva 24 convierte
en héroe a Jack Bauer, un psicópata que no reconoce límites morales.
Llamamos “vivos” a
quienes exhiben sin pudor su habilidad para evadir compromisos y
responsabilidades, solidaridades y cooperaciones y nos sentimos “giles” por
tener que dedicarnos a nuestro trabajo, nuestro compromiso, nuestras opciones
éticas, sin haber descubierto la fórmula que ellos explotan. Creemos que “vivo”
es sinónimo de inteligente. Pero el “vivo” vive en el instante, no deja huella,
aprovecha la oportunidad inmediata, mientras el inteligente tiene una
perspectiva de vida, ve la totalidad, honra sus recursos, mejora el mundo con
sus actos. El vivo cree que lo que brilla es oro. El inteligente sabe que para
hallar una pepita de oro auténtico hay que meterse en el barro, esforzarse,
trabajar, tamizar, refinar. Un gramo de inteligencia suele dar vidas mucho más
ricas que una tonelada de “viveza”. Esto se mide en valores. "Vivimos en un
doble discurso. Hay una moral pública relativamente puritana y una realidad que
considera impúdicas muchas menos cosas, lo que provoca una gran contradicción
entre los valores que dicen defenderse y los que realmente imperan",dice Pere
Notó, profesor de psicología social de la Universitat Pompeu Fabra, de
Barcelona. Y el sociólogo y educador Juan Antonio Marina, autor de obras
valiosas como La inteligencia fracasada, es terminante: “La fama cambió
de significado, ya no está relacionada con el mérito. Al dar prestigio a ciertos
personajes fomentamos un modelo de comportamiento. Si ensalzamos a los
sinvergüenzas, nos van a salir sinvergüenzas hasta de debajo de las piedras”. Y
no será culpa de las piedras.
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sábado, 4 de agosto de 2012
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